Cambios

“¿Cuánto se envejece en un día?” “¿Cuánto cambia el mundo en un día?”.

Éstas podían ser, y serían, dos de las preguntas que se hacía Raúl en el porche de su casa desde que era niño.

“Algo cambiará aunque sea imperceptible, porque si no lo hiciera, las cosas no cambiarían nunca…”

Hijo único, sus padres y él vivían en las afueras del pueblo cuya era la razón que su padre tenía que atender la central hidroeléctrica que suministraba al pueblo.

La casa estaba al lado de la central, y el conjunto estaba de espaldas a la ladera por la que bajaba el tubo que traía el agua del embalse situado arriba en la montaña. Hacía el otro lado, el terreno se volvía de repente llano, hacía el oeste, una orografía no muy común. Y Raúl era como un compendio de las dos morfologías terrestres: era reservado y tímido como los pliegues de las montañas, pero se deleitaba todos los días con la vista horizontal que se extendía desde la puerta de su casa hasta el lejano horizonte donde el sol se ponía, allí, a miles de kilometros.

Su padre, con bastante frecuencia, mencionaba su incumplido anhelo de irse de aquel apartado lugar a alguna gran ciudad donde descubrir otras formas de vida y personas, pero parecía que se había quedado atado por el puesto de trabajo que le procuró su padre, empleado de la recién creada empresa eléctrica a principios del siglo 20. El abuelo de Raúl era el propietario de los terrenos, y aceptó gustoso la oferta de la eléctrica que consistía en una buena cantidad por el terreno, un puesto de trabajo fijo, casa, y el derecho a emplear a un familiar. Próspero, el padre de Raúl, no tuvo arrestos de contrariar a su padre y recogió el testigo para seguir cuidando la central, renunciando a su curiosidad por salir de allí.

Raúl amaba ese lugar, tenía bien almacenados desde la primera infancia, todos los olores, sonidos y colores de las casi infinitas combinaciones diarias posibles en función de la estación, dirección del viento, temperatura, luna y todos los demás fenómenos ambientales. Se decía a sí mismo que necesitaría 3 vidas para cansarse de aquel lugar, y contaba con que podría coger el puesto de trabajo de su padre para poder envejecer allí mismo, a ser posible con alguna mujer que compartiera su mismo gusto.

Sin embargo, los tiempos cambian más de lo que esperamos, y confluyeron varias circunstancias en la época en la que Raúl terminaba sus estudios de formación profesional. Se concluyó la casi total automatización de la central, con lo que ya no era necesaria la presencia continua de un operario, y bastaría con la visita periódica de personal externo. Y por si esto fuera poco, se aprobó la construcción de una línea de alta velocidad cuyo trazado debía pasar inevitablemente a menos de 5 metros de la fachada, lo cual hacía inhabitable la casa, que sería derribada. A cambio, la empresa administradora de infraestructuras proporcionaba a la familia una vivienda en la capital y ofrecía un puesto de maquinista de carácter indefinido.

Al padre de Raúl no le penó mucho dejar la casa, estaba a punto de jubilarse, y más bien se alegró de que por fin podría irse de allí aunque fuera por la fuerza, así no tendría que tomar él la decisión. Y por supuesto estaba contento por su hijo, que iba a tener un buen puesto de trabajo y podría irse de aquel lugar como no lo hizo él.

Pero Raúl no pensaba ni sentía lo mismo, su corazón se partió cuando tuvo que irse de allí, casi ni protestó, era tímido e introvertido, pero tampoco se podía hacer nada contra la máquina del progreso.

Pidió que le pusieran de maquinista en la línea que pisaba con furia dos veces al día el lugar donde él jugaba de pequeño, donde se sentaba para contemplar el horizonte y reflexionar. Creyó que así al menos podría conservar algo de sus recuerdos. Pero después de cinco años, cansado de derramar lágrimas cada vez que pasaba por su antigua residencia, decidió que ya era suficiente.

Se despidió de su padre justo en el mismo momento en el que le comunicaba que había renunciado al empleo en la ferroviaria y con una sencilla maleta, salió en busca de algún tranquilo lugar con vistas al oeste donde poder continuar con su anhelada vida.

Por fin cambió el destino.

Una respuesta a «Cambios»

  1. “Caminante, no hay camino,
    se hace camino al andar.”
    No he podido evitar acordarme del poema de Machado y es lo que me ha sugerido, o por lo menos es lo que creo que hay que pensar al tomar decisiones que te van a cambiar la vida. 😉

Responder a Susi Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *