Otrora

En ésta fría tarde de Noviembre, en éste inhóspito lugar, estamos una multitud, aunque no lo veas. Somos el aire frío, la nieve, la niebla, los arbustos de alta montaña, el silbido del viento, el Bar sin nombre con innumerables vivencias en su interior, y yo.No tengo claro si esas vivencias permanecen ahí, el eco de las risas, gritos, llantos, bromas, y discusiones, hace tiempo que se apagó, y quizá su espíritu también se esfumó por los huecos de las inexistentes  ventanas. Por donde ahora entra implacable el aire húmedo y corrosivo de las altitudes.
La palabra BAR se aferra a la fachada tercamente, se resiste a abandonar la construcción que tantas historias ayudó a existir. La escalera ya se rindió, aunque guarda su forma, sus peldaños ya no suben a ninguna parte, van del suelo al suelo. Mientras, la puerta del piso superior, abierta de par en par, espera inútilmente que alguien la franquee, parece que va a romper a llorar de tristeza, por no sentirse penetrada y servir de acceso a intenciones y quehaceres.
¿Te acuerdas? Hace más o menos 33 años nos citamos en la Venta Quintina, tú venías de uno de los lados del puerto y yo del otro, nos pareció buena idea que aquel lugar fuera el de nuestro primer encuentro formal. Pero mira, ya no está aquella farola que había en la esquina de la fachada, que desprendía una cálida luz dorada, bajo la cual nos saludamos y nos dimos dos besos de obertura.
En frente de la entrada al Bar descansaban unos cuantos coches, las ventanas con cortinas filtraban las acogedoras luces de las habitaciones y la cocina, aquella fría pero despejada noche, también de Noviembre.
Era perfecto. El silencio de las montañas débilmente rasgado por el canto de alguna lechuza, era un agradable fondo para el murmullo que emanaba del interior del local; parecía concurrido y animado.
Pasamos dentro con nuestras respectivas sonrisas, casi seguros de que nos esperaba una agradable velada. Y así fue, entre conversaciones, roces, caricias y efluvios alcohólicos, nos adentramos en la noche y en nuestros corazones. Mucho calor, para el frío que habita ahora.
¿Dónde fueron a parar nuestros susurros, las voces de los demás moradores de aquella escena y nuestras gotas de sudor apasionado? ¿Me quieres decir que algo ha quedado de aquello, siquiera que se haya transformado en algo superior, aunque yo no sea capaz de apreciarlo? ¿Puedes consolarme diciéndome que esas paredes muertas sirvieron para cultivar algo perdurable?
Dime que sí, porque yo sólo veo desolación y abandono, destrucción, silencio y hastío. Ese viento de fondo que otrora era banda sonora para excitantes historias, esos arbustos que entonces perfumaban el decorado, hoy se afanan en enmohecer, derruir y borrar lo que aquí había.
¿Pero qué digo, maldita sea, a quién hablo? Si tampoco estás tú, ni siquiera sé dónde puedes estar.
En ésta fría tarde de Noviembre, tengo que hacer ingentes esfuerzos para no imaginarme cayendo arrodillado y suplicándote con lágrimas en los ojos, que me demuestres que otrora no fue algo bastante mejor que ahora.

 

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